martes, 16 de julio de 2013

LOS VAQUEROS DEL GUADARRAMA

Del Blog de Julio Vías.

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LOS VAQUEROS DEL GUADARRAMA
La sierra de Guadarrama, recién convertida parcialmente en el decimoquinto de los parques nacionales de nuestro país, no es sólo un espacio ya definitivamente consagrado para el recreo y el sosiego de millones de madrileños. Como contrapunto a una cultura del ocio que todo lo inunda, en estas montañas paradójicamente todavía hay lugar para usos y aprovechamientos forestales y ganaderos practicados por el hombre desde hace siglos, lo que sigue dando categoría y dignidad a un entorno que ha perdido, casi completamente, ese carácter rural que siempre tuvo y que hoy es distintivo de los emblemáticos espacios naturales protegidos de la Europa más civilizada.


          A comienzos de este verano, el afamado fotógrafo Javier Sánchez y quien esto escribe tuvimos el placer de acompañar a nuestros amigos José Manuel López Luna, presidente de la Asociación de Ganaderos de la Cuenca Alta del Manzanares, y su hermano Vicente subiendo una punta de ganado de cuarenta y cuatro vacas de raza avileña desde la localidad serrana de Moralzarzal hasta sus pastos de verano del monte de La Camorza, en la Pedriza de Manzanares. Nuestra intención era apreciar personalmente los problemas a los que se enfrentan los ganaderos del piedemonte madrileño de la sierra. El objetivo quedó plenamente cumplido, y prueba de ello son estas líneas y las preciosas fotografías de Javier que las ilustran, que pretenden reivindicar lo poco que queda del pasado rural de la sierra de Guadarrama y de unos modos de vida amenazados de desaparición por la crisis económica, la urbanización descontrolada del territorio, la proliferación de infraestructuras viarias y la despreocupación, cuando no la abierta hostilidad, de los poderes públicos.
          El trabajo de los vaqueros en el Guadarrama no tiene ya nada que ver con el que realizaban sus antepasados hace siglos, cuando debían pasar todo el verano en las majadas de los puertos vigilando las vacadas. Incluso ha cambiado respecto a cómo se hacían las cosas en tiempos de Vicente López Barbero, padre de Manolo y Vicente, quien también nos acompañó en esa ocasión incapaz de jubilarse del todo y abandonar un oficio que lleva en la sangre desde niño. Hoy los vaqueros serranos han sustituido el diestro manejo de la honda y el arte de construir chozos por el teléfono móvil y la utilización de vehículos todoterreno, pero incluso con estos modernos medios técnicos el trabajo de subir el ganado a la sierra no es otra cosa que la trasterminancia ganadera estacional practicada desde tiempos inmemoriales en la sierra de Guadarrama.
          La jornada comenzó con la labor no siempre fácil de separar las reses que han de subir a la sierra de las que no, lo que hubo de hacerse en la finca que Manolo y Vicente tienen arrendada en la ladera de Matarrubia, que en esas fechas de finales de junio no se había agostado todavía y ofrecía un aspecto espléndido tras un invierno y una primavera extraordinariamente generosos en lluvias. Hasta no hace muchos años, las vacas de Moralzarzal emprendían el camino hacia la sierra en la Dehesa Vieja, cuyas regueras este año todavía rezumaban agua a comienzos del verano y cuyos pastos han sido aprovechados durante siglos por los ganaderos del lugar en virtud de un derecho establecido en tiempos medievales. Ahora, desde hace ya diez años, tienen prohibido meter sus vacas en este magnífico monte de casi sesenta hectáreas salpicadas de añosos fresnos y algunas encinas. La explicación de este sinsentido constituye ya un esperpéntico lugar común en este entorno casi periurbano del piedemonte madrileño de la sierra de Guadarrama. Como expliqué en la anterior entrada de esta bitácora, desde 1998 el alcalde de Moralzarzal proyecta construir en esta dehesa un campo de golf, despojándola parcialmente de la protección que le otorga su inclusión en el Catálogo de Montes de Utilidad Pública de la Comunidad de Madrid.
          Es pues aquí, en la ladera de Matarrubia, donde iniciamos nuestro camino y donde pudimos admirar el hermoso espectáculo del acoso al ganado por los cinco vaqueros a caballo que nos acompañan: Vicente, Matías, Luis, Félix y Borja. La magnífica fotografía de Javier Sánchez que se muestra un poco más abajo refleja magistralmente esta escena ancestral repetida durante siglos en los montes y dehesas españolas, que incluso ha trascendido como estereotipo cinematográfico al ser exportada durante los tiempos de la colonización a la pampa argentina y a las praderas de Norteamérica.


          Tras reunir la vacada, descendimos entre fragantes pinos resineros hasta la carretera de Mataelpino, por la que las vacas debían recorrer una distancia de medio kilómetro bajo la atenta mirada de la policía municipal, que minutos antes había cortado el tráfico. Arreamos al ganado sin piedad para hacer más  rápido el tránsito por el asfalto, y enseguida abandonamos la carretera para seguir durante unos cientos de metros el curso del arroyo Samburiel. Al fondo, presidiendo el inquietante paisaje de naves, talleres y transformadores eléctricos del polígono industrial de Capellanía, se alzaban imponentes las cercanas cumbres de la Cuerda Larga, decoradas con unos ventisqueros tan nutridos y persistentes como no se recordaba desde hace muchos años a comienzos de verano.


          Vacas, caballos y vehículos irrumpimos en tropel en otro tramo de carretera, esta vez la de Navacerrada, que pronto abandonamos para tomar la colada de los Praderones y la vereda que va desde Cerceda a El Boalo, viejos caminos ganaderos utilizados desde hace siglos por pastores y vaqueros que hacían el mismo recorrido que hicimos nosotros. Es aquí, en estos extensos y siempre verdes pastizales de los Praderones, donde el alcalde de Moralzarzal pretendía hasta hace unos pocos años edificar miles de viviendas, que ahora, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, quiere reducir sólo a centenares. Parece absurdo cuando contemplabamos a nuestro paso las decenas de edificios abandonados y a medio construir cubiertos de graffitis que se levantan a apenas unos metros de distancia de la colada que recorremos.


          Mientras avanzábamos al paso tranquilo del ganado en esa zona todavía no urbanizada Manolo me iba detallando uno por uno los problemas a los que se enfrentan los ganaderos de Moralzarzal, gente honrada y sufrida a la que anima la fuerza que da el amor a un oficio transmitido de padres a hijos durante generaciones, y que mantiene contra viento y marea una cabaña de más de 600 cabezas de ganado vacuno en un entorno y un ambiente verdaderamente hostiles para la ganadería extensiva. Los problemas no se reducen únicamente a la prohibición de utilizar la Dehesa Vieja, que les ha impuesto el alcalde, y a los obstáculos de todo tipo que han de superar al trasladar sus ganados. A estos dos graves inconvenientes se suman la subida de los precios de los piensos, el encarecimiento de las primas de los seguros y otras trabas derivadas de la cada vez más densa maraña legislativa que va ahogando progresivamente a los ganaderos, como son, por ejemplo, las fuertes sanciones a las que se arriesgan si alguna res queda muerta en el monte, pese a que ello cumpla la importante función ambiental de servir de  alimento a los buitres. Otro peligro potencial que preocupa a Manolo y a Vicente es el de la reaparición del lobo en la sierra tras más de medio siglo de ausencia. A propósito de ello, Manolo me cuenta cómo el pasado año le desaparecieron siete vacas en el Hueco de Valdemartín y en el monte de El Risco. Hasta el momento nadie ha visto a los lobos merodear por aquí, pero sí al otro lado de la divisoria, en el inmediato valle de Lozoya...


          Al atravesar la urbanización de La Ponderosa, en El Boalo, volvieron los sobresaltos. Tras tener que parar el tráfico de nuevo para cruzar la carretera, hubo que ir deteniendo el Land Rover cada pocos metros y saltar de él apresuradamente para cerrar las puertas de muchas parcelas y evitar que las vacas, sedientas por el calor y la distancia recorrida, entraran en los jardines para abrevar en las
piscinas. Por fin, tras dejar atrás los últimos chalés, nos acogió la seguridad del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, donde las vacas ya pudieron caminar a su paso y calmar la sed en los viejos abrevaderos y en los arroyos que bajan desde la sierra de los Porrones.



          La luz cálida del sol poniente, el imponente paisaje y el sonido atávico y relajante de los cencerros daban a la escena un aire virgiliano e intemporal. Las vacas más viejas, que han hecho el recorrido otras muchas veces, sabían que estábamos llegando a nuestro destino. Su querencia a la sierra es tan fuerte que literalmente se les notaba la alegría en el ritmo de su paso cuando remontaban las primeras pendientes de La Camorza. Abrimos el zarzo que da paso al monte y allí las dejamos, libres por los intrincados parajes de la Pedriza de Manzanares, hasta mediados de otoño, época en que habrá que bajarlas otra vez a Moralzarzal.    
            

          Acabado el trabajo y ya relajados, ante el escenario imponente de la Peña del Yelmo, charlamos sobre el futuro de la ganadería extensiva tras la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Aunque ninguno de nosotros oculta su escepticismo, hacemos votos para que el nuevo horizonte de sostenibilidad que se anuncia a bombo y platillo para el área de influencia socioeconómica del nuevo espacio protegido no se quede en un simple espejismo. Y ello sólo será posible si la Comunidad de Madrid cambia radicalmente de política y da prioridad a actividades económicas con futuro y compatibles con los fines de conservación del parque nacional, como es la ganadería extensiva, desistiendo de la absurda entelequia de los campos de golf. Únicamente así quedará garantizada la posibilidad de seguir admirando en el futuro el hermoso espectáculo de la trasterminancia estacional de los ganados en la sierra de Guadarrama.  

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